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sábado, 8 de diciembre de 2012

Poema de A. Colinas dedicado a Miguel de Unamuno


A. Colinas, Café Novelty, Salamanca noviembre 2012

Este año los poetas han ocupado diferentes lugares de la Plaza Mayor, para lanzar al viento los poemas dedicados a Miguel de Unamuno.
Poetas en el cielo…

Os dejo aquí el magnífico poema dedicado por Antonio Colinas a Unamuno.

Es un poema largo, donde se dan unas pinceladas sobre la ciudad en la que vivía Unamuno, la situación política del momento, enmarcado en el inicio de la guerra civil, su situación personal, su sentir religioso y esas eternas dudas existenciales que acompañaron siempre al escritor.

Es un  poema tremendamente duro, pero a la vez tierno.
Unamuno nos hace partícipes, y nos involucra  en su sentir y en su pensar en los momentos antes de su muerte.

No podemos más que sentir compasión por él, ganas de consolarle y acompañarle en ese duro trance.
Llega a la conclusión de que solo en la muerte encontrará la paz.
¿la ha encontrado D. Miguel?
Leedlo despacio.


Tarde del 31 de diciembre de 1936

Piensa el sentimiento siente el pensamiento.
M. Unamuno.


En esta última hora, debo pensar el sentimiento
para neutralizar el combate atroz de mi carne con el más  allá,
el combate de lo que pronto habrá de ser mi tumba
con el más allá.

Debo pensar el sentimiento
para llevar mi razón y mi libertad
al límite extremado del fuego y del hielo.
Pero también, en este desamparo
-como quien juega su última carta –
debo sentir, sentir mi pensamiento,
enternecerlo, acunarlo como a niño,
llorarlo, compadecerlo, perdonarlo,
para que emoción, dulzura y piedad
neutralicen en mí definitivamente
la inutilidad de la razón furiosa.

¿dónde el término medio de los filósofos,
el hueco, o nido o regazo
de la madre-esposa, de la esposa-madre,
para que pudiera al fin adormecerse
el niño que yo fui, el niño que (acaso) aún yo soy?
Se estrelló mi palabra con la piedra del mundo.
Mi razón ya no puede ordenar
el oro y la sabiduría de estos muros;
mi razón poderosa no me pudo salvar del laberinto
de esta ciudad que – siempre, siempre,
a través de las agujas con nieve de sus torres-
me llevaba a un más allá
de angustiosos vacíos
y a un más acá de palabras airadas.
Y sin embargo, cómo se apaciguaba mi razón
si me asomaba a lo hondo del pozo del claustro,
cuando oía murmullo de agua de fuente,
cuando sacaba a apacentar mi espíritu
por las ásperas cumbres,
por senderos ateridos y amoratados,
bajo los cementerios en llamas del cielo.

Siempre quise, pero en realidad no pude,
pensar mi sentimiento, sentir mi pensamiento.
Mas ahora lo que siento es la derrota de mi cabeza
sobre el abismo de esta mesa camilla
y cómo se desorbitan mis ojos
sedientos de verdad, sedientos
del infinito afán de conocer.
Los Hunos y los Hotros desgarraron mis labios.

Cristo: ¿qué hay detrás del agua negra
de la catarata de tu cabellera?
retírala un momento con tu mano sangrante.
(si quisieras, lo podrías hacer arrancando tu mano
del clavo del madreo.)
Desvélame
Qué puede haber detrás
de tu dolor y el mío,
de tu noche y mi noche.
¡Desvélame el Misterio!

Hay frio cainita este mes de diciembre por las calles.
Arde el brasero a los pies de mi soledad,
pero se está extinguiendo por minutos
la brasa de mi vida.
Mis manos ya no pueden sostener mi cabeza.
Mis nervios y mis huesos ya no sienten
sed de inmortalidad,
( ni tampoco la lepra de la envidia).

¿Hacia dónde irá ahora mi alma?
En este terrible límite del tiempo que se escapa
ya no sé si pensar o sentir,
si sentir o pensar.
Después de tanta ardua batalla, solo sé
que, si pienso mi muerte,
la siento ascender por las venas
como una paz perpétua. 




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